miércoles, 11 de abril de 2012

La tregua, Mario Bendetti


Los libros escogidos de Mario Benedetti para estudiar su obra en prosa serán: Quién de nosotrosLa tregua y Primavera con una esquina rota

Ficha con los fragmentos:



La tregua (1960): Toda la novela está escrita en forma de entradas en el diario personal del protagonista, Martín Santomé. En él relata un período de su vida como un empleado viudo, cercano a jubilarse, y la aparición y desarrollo de la relación amorosa. La novela se desarrolla en la ciudad uruguaya de Montevideo, de febrero de 1958 a febrero de 1959. Martín Santomé es un viudo de 49 años que está a punto de jubilarse. La relación con sus 3 hijos ya mayores, Blanca, Jaime y Esteban, no es muy buena, a causa de su obsesión por el trabajo. Martín comienza un romance con Laura Avellaneda, una joven de 24 años que entra a trabajar en la empresa para la cual trabaja Martín. Poco a poco, la relación entre ellos va aumentando hasta que viven juntos en un apartamento que Martín alquila exclusivamente para sus encuentros, que como deja ver el protagonista en su propio diario son algo más que sexuales, ya que se establece una relación de amor entre ellos. Luego de un tiempo Santomé decide proponerle matrimonio a Laura, pero sus intenciones se ven truncadas debido a la repentina ausencia de ella en la oficina: ha caído enferma a causa de una gripe. En este punto de la historia las anotaciones en el diario de Martín se vuelven confusas y esporádicas. Finalmente nos enteramos de que Laura ha muerto, motivo por el cual las anotaciones en el diario no eran tan constantes como antes. A continuación Martín explica su vida después de Laura, cuando vuelve a la monotonía de su trabajo y recuerda un amor desconocido para todos. La última reflexión del personaje antes de finalizar la historia es que su vida estaba destinada a la monotonía y la soledad, que Dios le destinó esa patética existencia aunque antes de morir le dio una tregua con Laura para sentirse vivo por un momento, pero que tarde o temprano volvería a su rutina, a su verdadera vida.

 “Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condición de jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo este cómputo diario de mi saldo de trabajo. 
Verdaderamente, ¿preciso tanto el ocio?. Yo me digo que no. Que no es el ocio lo que preciso, sino el derecho a trabajar en aquello que quiero. ¿Por ejemplo? el jardín, quizá. Es bueno como descanso activo para los domingos para contrarrestar la vida sedentaria y trambién como secreta defensa contra mi futura y garantizada artritis. Pero me temo que no podría aguantarlo diariamente.
La guitarra, tal vez, creo que me gustaría. Pero debe ser algo desolador empezar a estudiar solfeo a los cuarenta años. ¿Escribir?. Quizá no lo hiciera mal, por lo menos la gente suele disfrutar con mis cartas. ¿Y eso qué?. Imagino una notita bibliográfica sobre "los atendibles valores de este novel autor que roza la cincuentena" y la mera posibilidad me causa repugnancia”
Ayer de tarde estábamos sentados junto a la mesa. No hacíamos nada, ni siquiera hablábamos. Yo tenía apoyada mi mano sobre un cenicero sin ceniza. Estábamos tristes: eso era lo que estábamos, tristes. Pero era una tristeza dulce, casi una paz. Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos palabras. Dijo ‘te quiero’. Entonces me di cuenta que era la primera vez que me lo decía, más aún que era la primera vez que lo decía a alguien. Isabel me lo hubiera repetido veinte veces por noche. Para Isabel, repetirlo era como otro beso, era un simple resorte del juego amoroso. Avellaneda en cambio, lo había dicho una vez, la necesaria. Quizá ya no precise decirlo más, porque no es un juego: es una esencia. Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún organo físico, pero era casi asfixiante, insoportable. Ahí en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo. ‘Hasta ahora no te lo había dicho’ , murmuró, ‘no porque no te quisiera, sino porque ignoraba porque te quería. Ahora lo sé’. Pude respirar, me pareció que la bocanada de aire llegaba desde mi estómago. Siempre puedo respirar cuando alguien explica las cosas. El deleite frente al misterio, el goce frente a lo inesperado, son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan. Menos mal que alguien explica siempre las cosas. ‘Ahora lo se. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras, ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera’. Nadie me había dedicado jamás un juicio tan conmovedor, tan sencillo, tan vivificante. Quiero creer que es cierto, quiero creer que estoy hecho de buena madera. Quizá ese momento haya sido excepcional, pero de todos modos me sentí vivir. Esa opresión en el pecho significa vivir.”

Vídeo de este fragmento:


Es interesante esta película ya que Mario Benedetti participó en su guión.

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