Los libros escogidos de Mario Benedetti para estudiar su obra en prosa serán:
Quién de nosotros,
La tregua y
Primavera con una esquina rota
Ficha con los fragmentos:
La
tregua (1960): Toda
la novela está escrita en forma de entradas en el diario
personal del protagonista, Martín Santomé. En él
relata un período de su vida como un empleado viudo, cercano a
jubilarse, y la aparición y desarrollo de la relación
amorosa. La novela se desarrolla en la ciudad uruguaya de Montevideo,
de febrero de 1958 a febrero de 1959.
Martín Santomé es un viudo de 49 años que está
a punto de jubilarse. La relación con sus 3 hijos ya mayores,
Blanca, Jaime y Esteban, no es muy buena, a causa de su obsesión
por el trabajo. Martín comienza un romance con Laura
Avellaneda, una joven de 24 años que entra a trabajar en la
empresa para la cual trabaja Martín. Poco a poco, la relación
entre ellos va aumentando hasta que viven juntos en un apartamento
que Martín alquila exclusivamente para sus encuentros, que
como deja ver el protagonista en su propio diario son algo más
que sexuales, ya que se establece una relación de amor entre
ellos. Luego de un tiempo Santomé decide proponerle matrimonio
a Laura, pero sus intenciones se ven truncadas debido a la repentina
ausencia de ella en la oficina: ha caído enferma a causa de
una gripe. En este punto de la historia las anotaciones en el diario
de Martín se vuelven confusas y esporádicas. Finalmente
nos enteramos de que Laura ha muerto, motivo por el cual las
anotaciones en el diario no eran tan constantes como antes. A
continuación Martín explica su vida después de
Laura, cuando vuelve a la monotonía de su trabajo y recuerda
un amor desconocido para todos. La última reflexión del
personaje antes de finalizar la historia es que su vida estaba
destinada a la monotonía y la soledad, que Dios le destinó
esa patética existencia aunque antes de morir le dio una
tregua con Laura para sentirse vivo por un momento, pero que tarde o
temprano volvería a su rutina, a su verdadera vida.
“Sólo me
faltan seis meses y veintiocho días para estar en condición
de jubilarme. Debe hacer por lo menos cinco años que llevo
este cómputo diario de mi saldo de trabajo.
Verdaderamente,
¿preciso tanto el ocio?. Yo me digo que no. Que no es el ocio
lo que preciso, sino el derecho a trabajar en aquello que quiero.
¿Por ejemplo? el jardín, quizá. Es bueno como
descanso activo para los domingos para contrarrestar la vida
sedentaria y trambién como secreta defensa contra mi futura y
garantizada artritis. Pero me temo que no podría aguantarlo
diariamente.
La guitarra,
tal vez, creo que me gustaría. Pero debe ser algo desolador
empezar a estudiar solfeo a los cuarenta años. ¿Escribir?.
Quizá no lo hiciera mal, por lo menos la gente suele disfrutar
con mis cartas. ¿Y eso qué?. Imagino una notita
bibliográfica sobre "los atendibles valores de este novel
autor que roza la cincuentena" y la mera posibilidad me causa
repugnancia”
“Ayer
de tarde estábamos sentados junto a la mesa. No hacíamos
nada, ni siquiera hablábamos. Yo tenía apoyada mi mano
sobre un cenicero sin ceniza. Estábamos tristes: eso era lo
que estábamos, tristes. Pero era una tristeza dulce, casi una
paz. Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para
decir dos palabras. Dijo ‘te quiero’. Entonces me di cuenta que
era la primera vez que me lo decía, más aún que
era la primera vez que lo decía a alguien. Isabel me lo
hubiera repetido veinte veces por noche. Para Isabel, repetirlo era
como otro beso, era un simple resorte del juego amoroso. Avellaneda
en cambio, lo había dicho una vez, la necesaria. Quizá
ya no precise decirlo más, porque no es un juego: es una
esencia. Entonces sentí una tremenda opresión en el
pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado
ningún organo físico, pero era casi asfixiante,
insoportable. Ahí en el pecho, cerca de la garganta, ahí
debe estar el alma, hecha un ovillo. ‘Hasta ahora no te lo había
dicho’ , murmuró, ‘no porque no te quisiera, sino porque
ignoraba porque te quería. Ahora lo sé’. Pude
respirar, me pareció que la bocanada de aire llegaba desde mi
estómago. Siempre puedo respirar cuando alguien explica las
cosas. El deleite frente al misterio, el goce frente a lo inesperado,
son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan.
Menos mal que alguien explica siempre las cosas. ‘Ahora lo se. No
te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras,
ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena
madera’. Nadie me había dedicado jamás un juicio tan
conmovedor, tan sencillo, tan vivificante. Quiero creer que es
cierto, quiero creer que estoy hecho de buena madera. Quizá
ese momento haya sido excepcional, pero de todos modos me sentí
vivir. Esa opresión en el pecho significa vivir.”
Vídeo de este fragmento:
Es interesante esta película ya que Mario Benedetti participó en su guión.